Te veo. Tus piernas están cansadas. Tus brazos apenas aguantan el peso de la espada. Tus ojos no logran ver mas allá de la niebla que te rodea. Y las heridas que antaño desgarraron tu frágil piel se han abierto y la vieja sangre se derrama sobre tu cada día más pesada armadura. Otra vez.
Te veo. Y ya no te quedan
fuerzas. Te enfrentaste a un ejército. Un ejército de cadáveres.
Sus piernas están cansadas. Sus brazos apenas aguantan el peso de
una espada. Sus ojos no ven más allá de la niebla que les rodea. Te
enfrentaste contra un ejército de cadáveres y perdiste. Otra vez.
Te veo. Puedo ver tu
corazón. Tu putrefacto corazón. La sangre ya no fluye por tus
venas. Solo el veneno. La oscura ponzoña se alimenta de tus
esperanzas. Se alimenta de tus sueños. Se alimenta de tu alma. Y ya
no queda nada de vida en ti. Te has convertido en el vacío que tanto
te aterra. Otra vez.
Te veo. Tu espada no se
separa del suelo empedrado. Tu escudo está bajo, no te protege. No
queda nada que proteger. Una figura se acerca a ti lentamente. Su
lanza atraviesa tus pulmones. Tus piernas te abandonan. La muerte te
abraza. Otra vez.
Te veo. Tu familia te ha
abandonado. Tus recuerdos te han abandonado. Tu pasión te ha
abandonado. Tu humanidad te ha abandonado. El mundo te ha abandonado.
Y crees que yo te he abandonado, que no te queda nada. Absolutamente
nada.
Te veo. Ya no eres un ser
humano. Eres un hueco. Una cáscara que anda hacia ningún lugar y
lucha por nada en absoluto. Y crees que ya no hay esperanza para ti.
Que la oscuridad teñirá tu alma durante la noche eterna.
Te veo. Y no te
abandonaré. Mi luz nunca dejó de iluminarte. Y nunca lo hará. Te
veo desde el albor de la mañana del mundo. Mi luz te iluminó antes
que ninguna otra. Tu alma abandonó mi luz. Pero mi luz no abandonó
tu alma.
Te veo. Y no te dejaré. Desterraré la oscuridad de tu alma. La alejaré de ti como la noche del día. La vida te abrazará. La luz brillará sobre tu alma durante un día eterno. Y no conocerás la corrupción. Nunca más.